martes, 19 de junio de 2018

Orar al Padre Unico, al Dios Universal, al Dios mío. Tenemos al dirigirnos a Dios un dilema debido a que los términos que presuponen la Realidad, en los que esta escrita nuestra tradición, sea la escrita en la Biblia, la heredada en nuestros santos y padres y la decidida en nuestros Concilios y Magisterios, han variado hasta el punto de invalidar el marco de realidad y aún así por el empeño de la fe que se arriesga a creer contra toda dificultad, de creer en el Dios amante, en el Dios transformante y en el Dios al que no podemos concebir como sí lo hacemos con la realidad pero que vamos adecuando esta concepción al romper seguridades, aún cuando dentro de estas seguridades conceptuales no varíen las Unica Seguridad del amor de un Dios que nos sostiene en ese amor, y ese acto de amarnos es nuestra participación en recibir de El lo más importante que es y tiene Dios mismo, la capacidad libre y total de amar, según el proyecto para nosotros que tiene.

sábado, 10 de octubre de 2015

Maestro, enséñanos a orar. Cuando ores enciérrate en tu habitación y el Padre que lo sabe te premiará.

Escucha Jesús, vemos que pasas las noches en oración. Algo sabemos sobre la oración, porque nuestros padres nos han enseñado a recitar de memoria los salmos, cuando íbamos a la sinagoga nos dirigiamos al Dios único para darle gracias, bendecirle, pedirle lo que necesitamos. Pero eso de pasar la noche orando no sabemos bien en qué consistirá. Nosotros nos aburriríamos, ya no sabríamos que hacer o decir y finalmente nos entraría mucho sueño. No creo que fuéramos capaces de aguantar una hora velando y orando. Maestro amado, Jesús, que es lo que haces cuando oras. Enséñanos a orar, por favor. Algo así relata el Evangelio que una vez le preguntaron a Jesús sus discípulos. Jesús les comenta varias particularidades de la oración. Dice que la oración debe ser absolutamente sincera, personal, hecha desde el núcleo de tu ser, en lo íntimo, sin que medie o lo provoque ningún tipo de aceptación, aplauso o motivación social. Igual que el ayuno, que debe ser sin ostentación, cuando ayunes ponte más arreglado de lo normal para que la gente no lo note y tu Padre que está en lo secreto y que lo sabe te premiará. Cuando des limosna otro tanto: que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda, o sea, muy discreto. No vayas con una trompeta anunciando lo bueno que eres, lo desprendido, lo auténtico, lo generoso, lo servicial, lo majo, lo guay, lo estupendo, lo fenomenal, lo admirable, lo aplausible, lo etc. que eres con en único fin de alimentar tu necesidad de éxito social, de aceptación en un ambiente en el que lo importante es ser solidario y concienciado de las necesidades de los pobres y marginados. Lo importante para el cristiano es que lo que haces, el ayuno, la caridad y la oración quede entre tu Padre y tu para que esos actos sean actos de amor entre tu Padre y tu. Porque dándolo a conocer resulten cosas buenas que se hacen para que los demás hablen bien de ti y quede todo en un prestigio entre los demás y este mismo prestigio te haga perder el valor que tiene en sí mismo, el atesorar para el cielo que dice Jesús, esos tesoros que tienen que ver con crecer en la dirección de Cristo, en la fe, la esperanza y el amor, en el proceso de santificación, de cristificación, de ser ese hombre que ya no muere sino que empieza un vida que vence la muerte, en la dimensión del Resucitado. Porque somos muy dados a actuar por motivación externa. En el fondo necesitamos la aprobación y hasta tal punto condiciona lo mas auténtico de nuestras convinciones, nuestras motivaciones, nuestras expectativas, nuestra vida en lo profundo, que cuando nos damos cuenta es como si el condicionamiento exterior, de nuestro entorno afectivo, social, hubiera secuestrado lo que tenemos de sincero, de íntimo. Y ya no sabemos si somos creyentes porque los demás nos creen creyentes y además nos premian por serlo o realmente creemos y amamos al Padre. Y no somos libres para levantarnos una mañana y darnos cuenta que no creemos Dios, por lo menos en ese momento. Y destruida nuestra libertad de ser lo que somos ya no sabemos si lo que somos lo somos porque los demás esperan que seamos tal o cual cosa que es deseable y aceptableoy lo somos realmente. Y vivimos fuera de nuestra realidad y ésta se blinda y no podemos acceder a ella perdemos la libertad, lo ajeno nos posee, nos enajena y desde fuera de la verdad personal no sabemos retomar nuestra autenticidad para vivir en la libertad del hijo que se sabe amado por su Papá y que le ama y quiere hacer su voluntad. Pues en la oración especialmente hay una experiencia que ocurre desde la más autentica intimidad. Algo que no se puede airear, compartir. Hay un santo muy especial, el otro cristo, San Francisco, que experimenta algo en el tiempo en que está en la cárcel, que luego saliendo de ella abraza a un leproso, deja a su padre y su dinero para ser hijo del Padre, y empieza toda su aventura evangélica que conocemos. Pero no hizo todo esto porque se le ocurriera por casualidad, sino por una experiencia intensamente personal, íntima y que él llama mi secreto para mí. Francisco es el hermano, con una espiritualidad muy comunitaria. Pero eso precisamente su ser comunidad no limita su ámbito de profunda intimidad con su amado Jesús. Ambas realidades se refuerzan, porque un cristiano simplemente vivi cada a Dios como un monje en el sentido benedictino y agustino. Para la espiritualidad monástica de tradición benedictina ser monje es como en los Padres del desierto ser profundamente monos, solitario, el que deja la cuidad y en la soledad del desierto se vuelve a Dios para ser solo él y Dios. Así su oración sera autentica, libre de toda necesidad de aprobación de los demás. A su vez por un motivo práctico y para animarse unos a otros pueden vivir en comunidad y así poner horarios en común para las oraciones, los trabajos, las comidas y así ayudarse unos a otros pero eso sin dejar de ser solitarios ante Dios. San Agustín da un sentido al ser monje que enriquece esta espiritualidad de los padres del desierto. Ser monos para llegar a ser uno en Cristo. Así los monjes son los que se han hecho uno en Cristo y así unos se han hecho uno unos con otros en la comunión con Cristo. Esta es la comunidad, y que se cumple perfectamente cuando el cristiano vive su ser monje como el que tiene el don de vivir en el desierto donde solo está el Padre y tú y en esa intimidad hemos llegado a vivir la comunidad como los que se saben uno porque en esa intimidad Dios les ha trasformado su corazón que les impedía amar al otro hasta llegar como Jesús a hacerse pecado por el otro. Y en esa vivencia la comunidad cristiana no merma, no condiciona lo intenso de la vida del eremita y de la comunidad de solitarios de Dios. Ambas dimensiones se retroalimentan. Hay comunidad porque hay una relación sincera con Dios. Hay una relación sincera porque la vida de comunidad nos anima a la experiencia de oración de intimidad con Dios. El cristiano es el que vive su experiencia en la más absoluta intimidad. Y darla a conocer sería traicionarla. También un matrimonio o una amistad vive una experiencia que pierde el sentido el día que se da a conocer. Es preciosa precisamente porque queda entre los dos esposos o amigos. Porque la oración es una aventura de intimidad con Dios. Y en la comunidad los hermanos comparten de su vida con el Señor, pero también deben cuidar que pierda su autenticidad la relación íntima con el Abba y lleguen a poner en común su vida espiritual más que para enriquecerse mutuamente para que los demás te reconozcan y te premien. En lugar de que lo sepa y te premie tu Padre.